JUVENTUD, SENECTUD Y MUERTE
AÑO: 1988
TAMAÑO: 11” x 16”
TÉCNICA: Plumilla
La visión del mundo interior de una mujer joven, pero madura integra el temor de irse haciendo cada vez menos atractiva, de perder tersura, de marchitarse.
Desde del ojo distorsionado, se mira introspectiva hacia la visión de temor, miedo, incertidumbre y resignación alojadas en el subconsciente, en el REM cíclico del sueño: —los labios turgentes, anhelantes y sensuales, se marchitan, se agrietan, desaparecen. En los troncos pergeñados de vegetación, de corteza suave y de oquedades palpitantes de vida, son troncos huecos, tuberosos y estériles. El hueco fértil del árbol es ahora la cuna de la putrefacción y la total descarnadura. El ojo anhelante y optimista oteando en el futuro, luce ahora apagado, nostálgico. Hay temor, incertidumbre, dolor, un presentir de una cuenta regresiva.
La gaviota ya no vuela en pos del mundo, sino que regresa, flota junto a la mano que surge de los mismos surcos de la piel que se desintegra, que se lleva la juventud y trata en vano de retenerla. Esta la desesperanza del reflejo en el espejo de la risa permanente e impúdica de la calavera: Burlona, definitiva. Desde la nuca, donde el roce del beso final se hace gélido y pavoroso, la oreja deforme, el caballo de belfos excitados, con la crin entrelazada en el cabello, avanza con el paso inexorable y repentino del jinete apocalíptico, junto al hueso descarnado, enmarcando el fin.
Visión súbita que me asalta en el cuarto decenio. ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? ¿Qué nos espera? Vida, carrera, logros, familia realizados—¿qué vendrá? Surgen de pronto entresijos en el alma —el corazón, contrito, esconde incertidumbres— se agita. Un grito se ahoga en la garganta: “despertar, despertar —es un sueño.” Pero el sueño persiste. En blanco y negro, sin guión, repetitivo, amenazante.
Escrito en febrero, 2000.