Reflejos en el lienzo

“Nilsa Justavino se ha posado en el alma nacional y la ha reflejado con convicción. Por eso hay que apreciar su trabajo en esta exposición que inaugura en estos días”

Al terminar los estudios del bachillerato le resultó complejo iniciar su formación universitaria porque su perfil no encajaba en los prerrequisitos que se le imponían. Después de mucho esfuerzo, inició la carrera de inglés y se envolvió en esa atmósfera de la enseñanza de este idioma en el nuevo edificio de la Facultad de Humanidades en la Universidad de Panamá, el que en esa época se llamaba Filosofía, Letras y Educación.

Mientras se adentraba en los textos del idioma de Shakespeare y en su proyección orientada fundamentalmente hacia la didáctica de la lengua, tuvo interés por una afición hacia el dibujo y diseño, que le rondaba la piel y las manos. Se graduó y empezó a trabajar, pero un día conoció a un hombre delgado, de barba puntiaguda que hacía dibujos de plumilla a un costado del restaurante Coca Cola en el barrio de Santa Ana.

La curiosidad hacia lo que hacía Juan Manuel Justiniani le encendió una chispa. Ella trabajaba en la Zona del Canal, con lo que se llamaba “el Army” y empezó a copiar las imágenes que estaban en un libro que su tía había traído de Estados Unidos. Entre el contenido de esa publicación y las dinámicas de aquel popular diseñador de barrio, empezó un oficio, que la hizo llenar páginas y pasar de las letras a los trazos autodidactas.

Nilsa Justavino no se detuvo desde entonces en ambas direcciones. Por un lado, enseñó, tradujo, se hizo consultora, preparó guías y se involucró en proyectos académicos; pero por el otro, se involucró en el dominio de técnicas variadas para reflejar en el lienzo aquellos mundos que rondaban su pensamiento, tanto figurativamente como en abstracciones que le envolvían el ingenio y su espíritu inquieto.

El resultado de esta capacidad creativa fueron varias series en las que ella se dedicó a reflejar rincones naturales, la situación de la población negra, la mujer y la esencia de la cultura local en sus diferentes manifestaciones. Ese nacionalismo que desde la época del maestro Lewis asumieron sus alumnos en varias generaciones, Justavino lo recogió y fue motivo de diversas representaciones, así como enfoques sociales.

La pintora dominó sus técnicas de composición no solo individuales, sino mixtas con mucha paciencia: acrílico, óleos, plumillas. Además, lápiz y tinta china de colores, alquitrán, reciclaje, esmalte y resina epóxica. Experimentó fuera de los límites del cuadro para crear formas envueltas en papel maché y darle vida con matices cromáticos; así, una simple rama adquiere latidos y vitalidad con formas sofisticadas y propias que flotan.

Las manchas de café fueron una ruta y escenario de influjo a su universo particular. En muchas propuestas, ella lanzó gotas o chorritos para desencadenar un relato visual desde tal perspectiva.

Justavino creó también escenarios para situar y exhibir en la bidimensionalidad a hombres negros, empolleradas poco tradicionales, grupos familiares, rostros discretos perdidos en la vegetación o sugeridos en su mundo colorido. Lo fantástico tiene un espacio en esta propuesta pictórica que ella ahora ha reunido en una muestra denominada Espejos y memorias 70, que desde el 18 tendrá lugar en el Museo de la Plaza Mayor de Panamá Viejo.

Bajo los auspicios de la Alcaldía de Panamá se tendrá esta exposición, que ha sido subtitulada “Una reflexión en voz alta”. Es un esfuerzo titánico e implica colgar unos 40 cuadros y presentar además varias esculturas con materiales de desechos, que representan todo, una búsqueda de la expresión, matizada por un espíritu imparable, porque no se ha detenido en los últimos 20 años.

Diferentes dimensiones, enfoques, texturas capturan momentos del tiempo y acontecimientos vividos en un país especial y particular. Nilsa Justavino se ha posado en el alma nacional y la ha reflejado con convicción. Por eso hay que apreciar su trabajo en esta exposición que inaugura en estos días.