Publicaciones Sueltas
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SÍ, éramos niños felices porque nos criaron para ser independientes, y tener sueños, y tener futuro.
Jugábamos porque éramos niños de verdad. No teníamos prisa por ser adultos ni por morirnos rápido desafiando a la vida y a la muerte. Sabíamos que la vida se vivía por etapas y no teníamos prisa por saltarnos ninguna.
No nos alimentaron las inseguridades en la escuela, en la casa, en la sociedad. No nos mintieron. Nos decían la verdad y nos enseñaban a ser nosotros mismos, no a imitar.
No teníamos problemas de identidad y mucho menos de origen. Todo el mundo sabía quién era y si se te olvidaba, presto te volvía la memoria con dos sacudidas, verbales o “fundi…mentales”.
También nos alimentaron la imaginación con palabras creativas, decentes, móviles y sensibles, esas como “gracias, por qué y cómo se hace?. Aún con Santa Claus y el niño Dios, y el cuco, y la tulivieja, que nos maravillaban y nos asustaban, nos enseñaron a usar la imaginación y a buscar maneras de solucionar problemas, a tener fe y a mantener la ilusión, pero tener los pies sobre la tierra. Nos enseñaron a pensar… era inconcebible preguntar ¿y ahora, qué hago? Ya sabíamos la respuesta.
Nos enseñaron a considerar, respetar y observar. A cerrar la boca cuando no había nada bueno que decir. Nos enseñaron a ser discretos, a reunirnos con los propios. Por eso jugábamos; ya habría tiempo de ser adultos. Ser niño era mejor.
No teníamos que preocuparnos por vivir como los vecinos, no nos preocupaba la superficialidad, ni las libras, ni “la imagen”, no teníamos medidas de desempeño, no tenían que darnos cursos de recursos humanos para saber que teníamos que cumplir, trabajar, estudiar. La responsabilidad no había que darla en cursos. Te la inculcaban en la casa.
Teníamos metas a largo y a corto plazo. No éramos victimas del consumismo y claro, como no había nada de eso, nuestros padres eran padres normales. Sabían ejercer, sabían aconsejar, sabían cuándo darnos una buena “dinámica de brazo”, (más que de grupo); les importaba un rábano qué tenia el vecino, sino lo que con honor y sudor podían darle a sus hijos y así nos criaban. Pregúntales a los de ahora, de spa, fines de semana en Coronado, celular al oído y mejoramiento de imagen si tienen respuestas para lo más elemental.
Ahora qué niño puede ser niño, si la televisión (locus parenti) el medio, la publicidad, las instituciones, la educación fomentan la dependencia a algo, a alguien, a alguna fantasía inventada en un story board de un publicista. ¿Qué niño va a jugar a la lata, bolsita, el escondido, el mirón, la lleva, si no tienen idea de que le hablas porque con lo único que habla es con una pantalla cibernética y chatea a larga distancia porque el mundo real y la gente de carne y hueso lo aliena y lo asusta?
Qué niño va tener verdaderas amistades si vive de etiquetas de marcas, de lo último, de las comparaciones, cambiándose la imagen, reconstruyéndose defectos que no tiene y que le crea el ambiente. Qué niño va a tener coraje para ser adulto, si lo castraron desde la infancia aislándolo del resto con la xenofobia existente que hasta el vecino es tu enemigo.
Nuestra niñez fue diferente, porque éramos otra clase de gente. De eso ya no hay más. Qué lastima.
Nicolás Buenaventura (un gran cuenta cuentos colombiano) tiene para nosotros una pregunta:
Usted señor, señora que tiene la vida resuelta; que todos los días toma decisiones y tiene respuestas para todos los enigmas de la vida; que viste elegante y ostenta varios títulos. ¿QUÉ QUIERE SER USTED CUANDO SEA NIÑO?
Poco tiempo después de la Adquisición de Luisiana [1803] y después que los exploradores Lewis y Clark descubrieran el Pasaje Noroeste, la ruta de Oregon [1804] y la extensa tierra inexplorada desplegada a lo ancho de un continente, miles de inmigrantes se desplazaron en el episodio histórico que se conoce como la Expansión hacia Occidente, un elemento fundamental en la historia y la cultura estadounidense.
Estos inmigrantes, en su mayoría gente pobre en búsqueda de esperanzas, viajaron en largas caravana de carretas, diligencias, y las carretas cubiertas [conestogas] atravesando desiertos, áreas inhóspitas, territorio hostil. En el camino, algunos murieron, se casaron, trajeron al mundo vástagos. En su mayoría gente iletrada, algunos ni siquiera hablaban inglés, pero seguían ciegamente al líder de la caravana, el Capitán.
Semejante al líder de un barco, el Capitán estaba facultado para celebrar matrimonios, arbitrar en problemas, aprobar negocios, liderar, bautizar, desterrar, abandonar, ordenar ejecuciones, ser juez y parte, dictar sentencia, ejecutar y enterrar y, predicar en los funerales en el nombre de Dios y utilizando la Biblia, la Palabra. A más de un miembro de las expediciones ocasionalmente se le facultaba para tomar el lugar del Capitán y asumir sus funciones. Quienquiera que pudiera leer y escribir se convertía en maestro o predicador.
LAS PALABRAS DAN PODER.
Algunos nunca llegaron al oeste, sino que se asentaron en lugares intermedios que se ajustaban a sus aspiraciones durante el trafago hacia la promesa de tierras, libertad y fortuna. Los que se quedaron en el camino hacia el oeste, fundaron pueblos. Religiosos e indefensos, necesitaban que alguien los reconfortara con la Palabra.
LAS PALABRAS TIENEN PODER.
Los pueblos se establecieron en la ruta que Lewis y Clark habían descrito como menos peligrosas para el viaje. Años mas tarde, se convirtió en la línea divisoria Mason-Dixon entre el Norte y el Sur, y posteriormente, se extendió para convertirse en lo que denominan los historiadores como el cinturón Bíblico. Hollywood ha producido cientos de películas que dan fe de este hecho; no son fantasía sino buena propaganda. Elmer Gantry y el Apóstol entre otras, son buenas versiones sobre este tema.
En medio del deseo de los pobladores de construir y restaurar sus vidas en un mundo nuevo, estos predicadores improvisados levantaron Iglesias, crearon credos y hablaron en el nombre de Dios en carpas, a cielo abierto, en las fogatas rodeados de carretas, y eventualmente en capillas, luego templos. Este fue el inicio y diseminación de las religiones de renacimiento y vida nueva, las sectas religiosas y los cultos. Fue el lugar de nacimiento y cuna de los Jim Jones, Elmer Buenos, Tammy Bakers, Jim Bakers, Jimmy Swaggarts, Oral Roberts, Joseph Smiths, David Koreshes y los Davidians, curanderos, apóstoles y muchos más… La predica es efectiva. Y produce adeptos y dinero. Legítimamente. Las iglesias improvisadas de carpa, igual que el jazz, son contribuciones autenticamente estadounidenses para el mundo.
La prédica es el método depurado del adoctrinamiento y el condicionamiento. La metodología de la prédica es la iteración [te digo y te repito], la reiteración [repites y afirmas] y la confirmación [todos asentimos y repetimos convencidos]. Los elementos retóricos de la prédica le sirvieron a Martin Luther King, a John F. Kennedy, a Barack Obama, a Jesse Jackson, Sharpton, Farrakhan, Earl Little [Malcolm X] y a muchos otros para liderar, dirigir en muchas causas y, es también, la metodología del adiestramiento moderno de recursos humanos: puedo inducir una idea, convencer, confirmar, educar mediante la repetición del mismo concepto varias veces en muchas formas agradables.
Así que en el buen estilo de los predicadores, Trump predicó, una vez, y otra y otra y otra a aquellos que habían sido postergados en el cinturón bíblico, el grupo de la beneficencia social [Welfare], los remanentes del KKK, los Patriotas, los extremistas —aquellos que nunca llegaron al paraíso dorado del oeste Americano, los que se quedaron en las planicies, y en las áreas empobrecidas después de la Guerra civil, “las masas opirimidas” [estatua de la Libertad]. Y de esa manera, se convirtió en un eficaz, bien entrenado encantador de serpientes. Los votos lo demuestran. No ganó, es cierto. Pero tiene público… Jim Jones también.
Cuidado. Ojo. Con estas movidas misteriosas que ahora ejecuta en la CIA, FBI, DEPARTMENTO DE ESTADO, HOMELAND SECURITY, PENTÁGONO—quitando a los oficiales experimentados en posiciones clave para acomodar a serviles que aprueben todo lo que el desea, la suprema corte republicana a su favor 6 a 3 — se habrá convertido en otro discípulo o colega de otros famosos encantadores de serpientes: Chávez, Maduro, Castro, Ortega, Morales, Obrador y, ahondando más profundamente en la historia, Mussolini, Hitler, Bolívar, y Napoleón, Robespierre? Todos estos hombres siguieron el patrón del Capitán de la Caravana, y, a la larga, en un culto.
LA PALABRA TIENE PODER.
Noviembre, 2020.
El que nace en la alcurnia, de puertas adentro, en cuna de oro, cuchara de plata en la boca. El que no es negro ni de raíz, ni ritmo, ni risa, ni rito.
Vive bien, viste bien, come bien. Tiene poder, palabra, patrimonio. Tiene la vida resuelta, amigos en su entorno. La vida le sonríe.
¿Ves qué bien me va la descripción?
El hogar está donde se alberga el corazón y se cuelga el morral. El hogar es ese rinconcito acogedor, protegido, cálido donde se vive día a día; allí donde entre se concentra la humanidad querida y hay un lugar para cada quien.
Esta ciudad, que tiene el corazón del tamaño de un hotel, tiene hogares en los quicios, en callejones y aceras, en los portones y bancas, al pie de monumentos, en los kioscos de los parques. En los botes de basura, bajo las alcantarillas. Hogares de latón, de cartón, de madera y de trapos —hogares hechos de cajetas y muebles de espuma plástica— hogares de desecho, tablas, mantas y periódico; hogares transportables, portátiles, de a cuestas; hogares comunales, compartidos, solitarios. Hogares económicos, sin fiadores, ni hipotecas. Con aire acondicionado y luz solo doce horas. Hogares a la intemperie. Hogares de hombres, hembras, perros, ratas y alimañas.
Esta ciudad que tiene oropel, fanfarria y plata, esta Babel de vidrio, acero y moles de cemento no tiene hogar para indigentes!
Se define la esperanza como la fe sustentada en la realización de un deseo. Es el anhelo de un logro, la respuesta ante la adversidad, la luz al final del túnel.
Todos abrigamos la esperanza en alguna parte de nuestro ser —espera el niño, el joven y el viejo; espera la madre en el hijo que educa; espera el atleta la presea soñada; espera el amante; espera el enfermo y el sano, también. Espera el que tiene y el necesitado. Esperan los poderosos, los ricos.
¿Y los indigentes? Los pobres, esperan ellos también? ¿Cuál es la esperanza del que no tiene techo, ni pan en la mesa, ni medios para obtener un beneficio?
¿Qué respuesta hay para el que duerme en los quicios, en camas de cartón? ¿Qué anhelos alberga en su alma aquel que escucha el grito de su vientre hambriento y escarba en la miseria y en la suciedad? ¿Qué sueños forja ese que pide y suplica un diezmo, y nadie le da?
¿Existe para ellos la esperanza?
O será, que la esperanza, como todo en esta sociedad de futilidad, consumismo e indiferencia, se asienta en las aspiraciones muelles de los que pueden comprarla?
“No eres imprescindible”, le dije. “Eso es lo que no entiendes. Lo que tú no hagas, lo hará otro. Bien o mal pero se hará. Si mueres, te reemplazarán. Te llorarán tus parientes, por un rato. Cuando dejen de vivir tus defectos, tus manías y de tolerar tus incoherencias, te volverás un recuerdo; una sonrisa amable se escapará. Pasarás a ser una foto en un álbum con el resto de la fauna familiar. ¿Qué crees? Para el resto, capítulo cerrado.”
No me entendió. Negó sacudiendo su melena de genio inspirado. Siguió empecinado en terminar la obra, este mural inmortal que lo inscribiría en la historia. Siete días y sus noches duró el intento. Siete días con sus noches sumergidas entre brochas, pigmentos, bocetos y matices. No lo volví a ver. Pasada la semana lo extrañé. Yo también estaba inmerso en mis propias obsesiones como todos, trabajando por el pan.
A media noche el sábado, desperté como alucinado, vi las luces serpenteantes de la ambulancia en el techo de mi cuarto. Oí el tumulto de los vecinos —gente curiosa. Bajé a zancadas de la buhardilla. Una vez en la calle, me dio de narices un espléndido paisaje multiétnico, floral, fantástico en la pared del parque municipal. Corotúes, acacias, guarumos, almendros intercalados con chinos, negros, indígenas y mestizos. Una magnifica obra pictórica… Allá, en lo alto entre las ramas de un árbol Panamá esbelto y soberbio bellamente pintado, observé, que él me saludaba sonreído, satisfecho, logrado. Indudablemente, la complacencia del verdadero maestro. El testimonio de la persistencia.
La sirena me volvió a la realidad, para ver frente a mí el paso de la camilla: llevando su cuerpo menudito envuelto en una bolsa negra.
Septiembre, 2005.
Esa voz interna que nos habla quedito al oído, nos dice: “Haz el bien y no mires a quien.”
Esa voz interna que nos remueve el alma y nos toca la puerta de dentro hacia fuera, nos grita: “¡Haz bien!”.
Esa voz interna que nos seca la boca y nos hace tragar bien grueso, clama: “¡Hazlo bien!.”
Pero todos somos sordos.
Alicia miraba hacia Carenero sentada a la ventana, mientras jugaba con su linda muñeca de hermosas trenzas rubias. Mañana sería domingo y el domingo era un día de gran regocijo porque iban a misa con su mamá y su papá y sus hermanos y luego, jugaba la lotería. Y todos los niños se reunían y jugaban y esperaban ansiosos a que se sacara la bola. Las niñas esperaban que les tocara su turno para ganarse una muñeca, de esas con pelo dorado, largo y grandes ojos azules que se abrían y cerraban y eran preciosas. Eran de Alemania y las traían a Bocas del Toro los alemanes dueños de las tiendas en Sand Fly Bay (sandflai béi), en Calle Tercera.
Alicia tenía varias muñecas, y su hermana Norma también; pero Norma las dañaba todas. Les cortaba el pelo y después cuando se rompían, las curaba. Si —las curaba. Y tenía un hospital a donde venían todas las niñas a traer a arreglar sus muñecas. Después los padrinos y las madrinas de las muñecas venían a preguntar por sus pacientes. A Norma le gustaba jugar a la doctora y les ponía parches a las enfermas y cuando se les caían los brazos o las piernas, ella se los volvía a poner.
Alicia peinaba su muñeca y soñaba despierta, porque mañana domingo, le tocaba sacar la bola por tercera vez en el año, y le iban a dar otra de las hermosas rubias que exhibían en una vitrina en la Casa de la Lotería.
Pero también quería ver las palomas mensajeras que llevaban en la patita el cinto con los números que jugaban en la lotería. Cuando el Gobernador las sacaba de la jaula, los niños gritaban y saltaban de alegría. Y luego, cuando lanzaban la paloma con el mensaje hasta Almirante, y ésta daba vueltas por encima de las casas antes de lanzarse en su viaje a tierra firme. Todos corrían, y se atropellaban y se reían juntos y a la vez, calle abajo tratando de seguir su vuelo hasta que desaparecía a lo lejos.
Desde del tambo de la casa, una de sus amigas la llamó:
— Alicia, Alicia, ven que Miss Santos está haciendo plantain tarts (plántin tart).
Bajó corriendo; su mamá había hecho dulces como todos los sábados por la tarde y debajo de la casa de tambo alto, un corrillo de chiquillos se amontonaba para tomar su empanada de rico plátano dulce, que Miss Santos alegre repartía a todos los niños que venían a probar sus golosinas.
— Déme otra, otra, otro plantintart, Miss Santos—pedían. Y ella, la madrina de todos los chinos que venían a Bocas, y la consentidora de los niños de la isla, les daba una, y otra y otra.
Entre manos extendidas, ansiosas risitas y sonrisas sin dientes, Alicia tomó sus empanadas y se fue con su amiga Ela a comerse cada una las suyas. Ricas, doraditas y recién horneadas, se deshacían con la miel de plátano en sus bocas.
—MMMM … mmmm, decían, recogiéndose las migas del bigote, la nariz y la boca.
— Mañana va Madame Olwi a la misa, con su katá almidonado. ¿Te vas a sentar al lado de ella, Alicia? La vas a oír rezar en patuá?, dijo Ela con la boca llena.
— No, no puedo, contestó la otra, entre mordida y mordida. Ese es el puesto de mi hermano Carlos. ¿Tú crees que él me va a dejar sentarme ahí? Él quiere estar al lado de ella para oírla rezar en esa cosa rara que ella habla y morirse de risa, aunque mi papá le de su cuff (káf) cuando salgamos.
— Oye, tú qué crees que tiene Madame Olwi bajo el katá?
— No sé. ¿Pelo? No sé. Carlos dice que son moñitos, yo nunca la he visto sin su sombrero, sin su katá.
— Ansoati, ansoati, se burlaba Ela, remedando a la martiniquesa… Ja! Ja! Ansoatí, tú, tú, bu,bu, ne pa comprenpa patuá. Y se retorcía de risa.
— Deja de molestar, cómete el tart o me lo como yo, boba…
Y volvían a reírse maliciosamente, mientras se engullían las empanadas.
— Mañana, vas a ver sacar la bola en la Lotería? Preguntó Ela.
— Si, me toca, y quiero la muñeca del traje de bolitas, si no se la llevaron.
— ¿Y esa muñeca?
— Yo fui la vez pasada y me la gané. Y mira ya, se me dañó.
— La dañaste. Tú no cuidas nada.
— No, Ramón le arrancó el brazo. A él no le gustan las muñecas, él solo quiere jugar canicas. Es un tonto. Le rompió un brazo. ¿Tú crees que Norma me la va a arreglar?
— ¿Le trajiste pastillas? Porque si no le traes pastillas, no te la arregla.
— Si le traje unos pescaditos. Los compré donde Kuntún, el chino. Mira todo lo que me dio por medio. ¿Quieres?
— Sí. Dame, dame, pescaditos rosados — esos son más sabrosos que los verdes. No se los des todos a Norma. Dame. Y se comieron los pescaditos. Le dejaron un poco a Norma para que arreglara la muñeca.
Mientras se chupaban los dedos para quitarse el azúcar, se reían, se pellizcaban y se hacían caras feas, en un pueril intercambio de inocente alegría. La anticipación del domingo de palomas, muñecas, correteos, rezos en lengua rara y la total libertad entre golosinas y la rica brisa debajo del tambo, las hacía felices, felices hasta la risotada bocacha, juguetona de sábado en la tarde.
Escrito para la exposición De Bocas a Panamá
luego del proyecto El Abuelo de mi Abuela y está tomado de la realidad.
9 de abril de 2004