Aquí rindo tributo a la etnia, a la raza que hay en mí, a la cultura que se respira y que se entremezcla con todas las tradiciones de este país y de este continente, donde se encontraron dos razas primigenias y una extranjera. De ese encuentro surgió un hombre nuevo. En ese encuentro, tres tradiciones perdieron y ganaron… nosotros somos el fruto. … La raza, pródiga, fructífera, es Mujer: de su seno se nace, crece amplia y frondosa, fuerte cual tronco de árbol milenario. Se propaga en todas direcciones, se arraiga, se fortalece.
Nilsa Justavino, La Raza
Entre verso y pintura comparto mi visión de la búsqueda del tronco milenario, mi percepción y tributo al hombre trihíbrido que se refleja en mi rostro, en mi voz y en mi descendencia. Todo esto se acompaña de un mapa musical que parte del norte de África, Asia, entra a España por Marruecos, cuna del flamenco y se filtra suavemente desde Veracruz hasta Brasil, punto de reunión de toda la negritud vertida en ritmos universales. Desde el tambor senufo hasta la caja sonora, la tambora que sacude la fibra sentimental del terruño y el repicador que marca los tres golpes del tamborito, la cumbia, el golpe Congo, el zambapalo, el bunde, el bullerengue, el cuene-cue y el punto. Es el vientre de una raza color de tierra que vibra en el birimbao y el tambor batá; en el tres, en el cuatro y la bomba, el merengue y el son cubano. De la guitarra flamenca a la bocona, “charrasqueada” o “bordoneada”; de la castañuela a la churuca; el zapateo que vibra con la cutarra árabe y que abanica su euforia con la cachimba y el pollerón Congo, la pollera montuna, la santeña, la basquiña, ese pollerón presente en toda la América mestiza desde Méjico a Patagonia… la mejoranera que llora y acompaña una décima.
De un mismo vientre surge el ritmo, el lenguaje, el canto, el contoneo de las caderas, la música de la nación del crisol de razas.